Tomado de Escambray
Aunque un año y medio todavía resulta un lapso pequeño para acuñar
evaluaciones, salta a primera vista que el Trabajo Por Cuenta Propia
(TPCP) no ha dinamizado la economía doméstica y el intercambio de bienes
y servicios, al menos como se esperaba. Las expectativas andan, si
acaso, por un cuarto del camino. Resulta consenso a voces la urgencia de
un mercado mayorista para este sector, también significativo en la
actualización del modelo económico nacional.
Un cochero de Jatibonico, cuyo nombre parece conveniente no publicar,
mordió el anzuelo y soltó ingenuamente las riendas de la conversación
sin sospechar que entre sus pasajeros viajaba Escambray.
“Yo ganara más si cobrara un peso en vez de dos porque tendría mayor
número de clientes, pero si bajo la tarifa los otros me linchan”.
Probable confabulación o alianza tácita. Simple casualidad o ley de
los costos. Una certeza golpea la billetera de los espirituanos: la
mayoría de los negocios particulares cobran lo mismo por lo mismo, juego
de palabras que se traduce en idénticos o semejantes precios para
similares ofertas de bienes y servicios.
Transcurrido alrededor de un año y medio desde que el país decidió la
ampliación y flexibilización del Trabajo Por Cuenta Propia (TPCP), este
semanario colocó el termómetro en una esquina caliente del territorio:
¿Hasta qué punto este segmento cubre las expectativas para las cuales se
le abrieron los caminos?
Si la memoria no titubea, oficialmente se argumentaba por entonces que el leitmotiv
de engordar esta variante dentro del modelo de gestión no estatal
cubano abarcaba desde el incremento de productividad, eficiencia,
ofertas de bienes y servicios; asegurar entradas a los cuentapropistas;
librar al Estado de algunos subsidios; hasta que se constituyera en una
fuente considerable de ingreso al presupuesto y en otra alternativa de
empleo para los disponibles.
TRIGOS Y DEUDAS
El Trabajo Por Cuenta Propia no constituye el ombligo de la economía.
De hecho, expertos en esta ciencia consideran que para nada resolverá
los múltiples problemas que enfrentamos hoy, cuya principal salida
continúa siendo la empresa estatal, responsable de las grandes
producciones primarias que permitirían el desarrollo. Sin embargo, su
aporte no debe menospreciarse y menos estigmatizarse bajo el manto de
una mentalidad prejuiciosa, cultivada durante más de 50 años por el
predominio absoluto de la propiedad social.
Ciudadanos comunes, cuentapropistas y especialistas encuestados sobre
el particular convinieron en que, en efecto, el crecimiento del TPCP ha
dejado su trigo, fundamentalmente como opción de empleo para un número
significativo de personas, que sostienen a su familia con estos
ingresos, a la vez que realizan ofertas útiles y enriquecen el diapasón
del mercado con variedad de propuestas y mejor presentación de algunos
productos. Asimismo, su contribución al presupuesto ha crecido
significativamente: en el 2011 superó los 45 millones de pesos.
Sin embargo, en esta plataforma laboral no todo se resume como fama y
aplausos: las mercancías de muchos cuentapropistas distan de parámetros
de calidad competitivos; la presencia de varios negocios desentona y
arremete contra el entorno; los ilegales se llevan intactas sus tajadas a
la luz pública; los revendedores pululan y lo peor, aunque se rijan por
la ley de la oferta y la demanda, la mayoría mantiene elevadas y
estáticas las tarifas de sus productos.
Ejemplos elocuentes sobran: salvo raras excepciones, todos los coches
cobran dos pesos, la libra de bistec vale 30, los zapatos de la
candonga repiten modelos y cuestan lo mismo, los pasteles se mantienen
en 2.50 y así la lista se convierte en extensa regla.
Actualmente, en el territorio alrededor de 15 750 personas ejercen
este tipo de trabajo, cifra que implica un crecimiento de unas 6 300
licencias con respecto a septiembre del 2010. Ni cortos ni perezosos,
los cuentapropistas desembolsan argumentos.
“
Nosotros no nos ponemos de acuerdo para poner el precio, algunas
mesas venden más barato, yo pongo el que me conviene, si rebajo puede
que me critiquen, pero nadie se mete conmigo. Llevamos juntos muchos
años, si además de copiar un modelo de zapato, lo pongo más barato,
reviento a los demás. También la materia prima tiene altos precios y en
muchos casos es ilegal”, comenta Sebastián Conde, productor-vendedor de
calzado.
En general, los TPCP insisten en la presión real que ejercen los
costos de las materias primas sobre el importe de sus productos:
“Conocemos la situación del país, pero si dependemos de comprar en las
shoppings o en los mercados estatales a altos precios, luego no podemos
vender barato. Ni siquiera nos autorizan a comprar a otros
cuentapropistas. Te obligan a la ilegalidad, a mentir”.
Además, reclaman las considerables tarifas por concepto de impuestos,
la presión de las inspecciones, y esa mentalidad de algunos
funcionarios que todavía los desacredita como transgresores per se de las leyes. “Uno nunca se puede sentir tranquilo”, sostienen.
A decir verdad, en materia de precios quien se sienta libre de pecado
que lance la primera rebaja porque las instalaciones estatales también
mantienen una política alcista, hasta ahora irreversible. Los
cuentapropistas tampoco nacieron ángeles, aunque en la mayoría de sus
planteamientos les asista parte de la razón.
No por gusto un añejo refrán garantiza que una cosa piensa el
borracho y otra el tabernero. Según los especialistas, casi todos estos
trabajadores mienten en sus declaraciones juradas. Por otra parte, sin
el menor pudor, revenden en sus catres un obeso paquete de productos
industriales deficitarios y proscritos en sus licencias.
La Dirección de Inspección y Supervisión (DIS) en Sancti Spíritus
impuso por estas y otras arbitrariedades solo el pasado año 2 715
multas, con un saldo superior al millón de pesos. Por
su parte, la Oficina de Administración Tributaria (ONAT), a partir de
sus estudios y análisis, recaudó 312 000 pesos en ese mismo período.
Pero los cuentapropistas justifican sus altos precios en
buena medida por el pago de los impuestos (comenta Escambray a Héctor
Hernández, subdirector provincial de la ONAT).
“Alrededor del 95 por ciento de ellos tiene establecido el pago de la
cuota mínima, aunque a los negocios con más ganancias se la
incrementamos. Se les han dado algunas facilidades; por ejemplo, no
pagan impuesto por utilización de la fuerza de trabajo en las primeras
cinco contratas, se extendió el término voluntario de la declaración
jurada, no se está llevando la contabilidad simplificada, para este año
quienes ingresen menos de 10 000 pesos no necesitan declaración jurada.
Pero, al cierre de marzo seleccionaremos actividades que evidencian la
posibilidad de ingresos superiores a los declarados y los violadores
tendrán que pagar multas y recargos”.
BALANZA DESEQUILIBRADA
Por momentos, los negocios particulares en el tema precio reproducen
el patrón de los mercados y tiendas estatales, con tarifas y surtidos
casi idénticos entre ellos. Hasta parecen establecer importes topados.
La cultura del regateo no funciona, quizás por un pensamiento
condicionado durante décadas a otro tipo de comercio.
Para otear en aguas más profundas, este semanario consultó a
prestigiosos economistas, quienes reconocen una gran distancia entre la
base teórica para establecer los precios y las prácticas cubanas al
respecto.
Además, hoy el país padece una realidad que mueve la balanza:
por un lado el costo de las mercancías no se corresponde con el poder
adquisitivo de buena parte de la población, mientras que en el otro
extremo un por ciento nada despreciable mantiene suficiente demanda
solvente para asumir altos importes.
Lourdes Rodríguez, directora provincial de Finanzas y Precios,
considera aún insuficiente el empuje que el TPCP ejerce sobre la
actividad estatal para compulsarla a elevar la calidad de los servicios.
Pero, “la insatisfacción fundamental está en materia de precios”.
¿Por qué si este segmento se rige por la ley de la oferta y la demanda, al menos no se flexibilizan los precios?
“Los volúmenes de producción, tanto estatal como privada, todavía no
son suficientes para impactar sobre la masa monetaria que existe. En
este segmento privado no flexibilizar los precios es una contradicción,
que a mi juicio tiene que ver con el aseguramiento: al estar más o menos
siempre soportadas sobre un mismo canal, la mayoría de las producciones
y servicios similares se montan a un mismo precio y aspiran a un mismo
resultado cuando no todos hicieron igual inversión inicial. Tanto por el
aumento de un impuesto o del costo de los insumos, se incrementan
precios, no se rediseña el producto, ni se valora qué otro costo podría
reducirse porque todavía la masa monetaria asume ese aumento.
“El país aspira lograr canales de aseguramiento mayorista para el
desarrollo de estas actividades. Esto todavía ha sido de un diseño
limitado porque son generalmente producciones que se sirven de algunos
insumos en divisas y que llegan al cuentapropista a un precio bastante
elevado. La economía nacional tendría que irse preparando para ofrecer
mejores condiciones en el mercado mayorista. Un ejemplo de lo que
aspiraríamos en cuanto a la formación de los precios son las ofertas de
las llamadas completas”.
Aunque un año y medio todavía resulta un lapso pequeño para acuñar
evaluaciones, salta a primera vista que el TPCP no ha dinamizado la
economía doméstica y el intercambio de bienes y servicios, al menos como
se esperaba. Las expectativas andan, si acaso, por un cuarto del
camino. Resulta consenso a voces la urgencia de un mercado mayorista
para este sector, también significativo en la actualización del modelo
económico nacional.
Mientras la posibilidad de elevar el salario a esa mayoría de
trabajadores estatales que hoy viven contando los quilos resulte una
quimera, mientras las instalaciones estatales y los cuentapropistas
sigan disparando las tarifas en una especie de canibalismo tropical a
ultranza, no queda más remedio que aceptarlo: en materia de precios,
todo se mantiene igual a Pi.
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