sábado, noviembre 26, 2011

Manuel, símbolo de una nación (+ Video)

 Por Mary Luz Borrego.-
Con ese rostro de niño, pasó a la Historia, sin siquiera saberlo, como todo un héroe. “Yo soy el maestro”, se convirtió quizás en la frase que definió su destino aquella infausta noche del 26 de noviembre de 1961. Manuel Ascunce Domenech murió asesinado por las bandas contrarrevolucionarias del Escambray, pero se convirtió en un símbolo para los jóvenes cubanos y para la nación toda.


En la finca Palmarito, en Limones Cantero, los asesinos que intentaban revertir la Revolución sumaron el cadáver del joven a la lista de maestros asesinados por las bandas de alzados: Osvaldo Ramírez ahorcó sin escrúpulos al maestro voluntario Conrado Benítez y al campesino Heliodoro Rodríguez, mientras en Quemado de Güines, el alfabetizador Delfín Sen Cedré había corrido igual suerte.
Manuel había llegado desde La Habana, con apenas 16 años de edad y su cartilla dispuesta a la zona de Limones Cantero, perteneciente al territorio central de Trinidad.
Primero alfabetizó en la casa de Juan Fernández y Teresa Rojas, una familia de campesinos pobres, a quienes se esmeró en enseñar y de quienes aprendió a lidiar con las peculiaridades del campo. Enseguida comenzó a estimarlos como a su familia y en más de una carta a la madre le pide ropa y zapatos para esos muchachos que recorrían el lomerío semidescalzos.
Neisa Fernández Rojas, hija de esa familia y la única alumna a quien Manuel Ascunce alcanzó a alfabetizar totalmente, recordaba hace unos años el porte alto y delgado, y el carácter serio de su maestro. La mochila, siempre en orden. No faltaban libros para las lecturas ocasionales, ni papel para las cartas a Evelia, su madre.
Ella todavía recuerda cómo el día de sus quince años, por petición expresa de Manuel, los padres del maestro se aparecieron al lomerío con un cake helado que jamás ellos habían probado, en un gesto de afecto por aquellos muchachos del campo que él enseñaba. “El le temía mucho a la muerte, eso lo conversamos más de una vez, y sin embargo cuando quisieron protegerlo dijo que era el maestro”, recordó Neisa.
Después de permanecer un tiempo en esa casa, lo ubicaron en una zona más intrincada para que enseñara a la familia Lantigua, de cuyo seno lo arrancó aquella noche, junto con el campesino Pedro Lantigua, la sangrienta banda de Julio Emilio Carretero, camuflajazos de verde olivo para confundir.
Amenazaron a toda la familia y por puro milagro no los ultimaron a todos. Cerca de la casa, en medio de la manigua, los golpearon brutalmente y los ahorcaron de las ramas de un árbol, en uno de los asesinatos que más ha conmovido a la Historia de Cuba.
Después de su muerte,  todos los que le conocieron y la familia Lantigua en particular tuvo que seguir adelante con el dolor a cuestas para siempre. Los padres de Manuel Ascunce jamás pudieron llenar el vacío de una ausencia demasiado dolorosa. A Cuba apenas le nació un consuelo: el muchacho se convirtió de la noche a la mañana en símbolo de toda una nación
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